Con este título que suena de lo más snob, pretendo hacerme cargo de mis pinturas que se han ido acumulando desde hace meses en un desorden conceptual intolerable. Para hacerme entender, le quiero compartir a quien esté interesado, el entretenidísimo y fascinante proceso que he estado viviendo desde que descubrí, en enero de este año, que puedo y que me gusta pintar. Este proceso me ha llevado a encontrar una manera propia de ver el mundo que he ido descubriendo, como un espectador más, pintura a pintura.
Todo empieza con un dramático quiebre amoroso en diciembre pasado que me llevó a tener unos meses muy emo y con mucho tiempo libre. La sensación de tedio que significa vivir en un mundo cruel y lleno de dolor me obligó a buscar pasatiempos nuevos que me permitieran evadir la realidad; vi películas mamonas estilo 500 días con ella y Notting Hill, lancé una nueva línea de perfumes y, finalmente, probé la pintura.
Traté de traducir mi conocimiento del dibujo técnico, aprendido en cuatro años como un horroroso estudiante de arquitectura, al color de las acuarelas y me fascinó ver cómo los pigmentos interactuaban entre ellos a través del agua. Se me abrió un mundo en el que la forma se mostraba clara y de manera mucho más rica que en el croquis, que se definía a través del color y no de amargas líneas negras. Empecé retratando a mi familia sobre papel de impresora imitando los colores del gran Marco Bizarri y acusando los trazos visibles con tinta en los contornos como lo hace él.
Seguí experimentando y me di cuenta que, para ser un momento tan negro en mi vida, los colores que salían del pincel eran curiosamente vivos y alegres. Ese fue mi primera realización: el color estimula el alma de una manera misteriosísima y digna de exploración. Matisse, el papi del color dijo alguna vez: «con el color se obtiene una energía que parece surgir de la brujería.» ¡Ciertísimo! Él mismo decía que el color es un medio de liberación y yo lo comprobé encontrando una práctica casi terapéutica en la pintura. Eso marcaría una característica en mi trabajo que ya ha sido ultra explotada en la historia del arte: los colores fuertes como medios de expresión.

Como me gustó lo que iba saliendo, agrandé la escala para poder meterle más detalles al dibujo y en consecuencia, poder manejar mejor la relación de los colores. No tenía un papel grande en mi casa así que usé un género que encontré que se llama crea cruda, que es de algodón puro, tosco y con poco tratamiento. El resultado fue increíble! No se pintaba sobre el medio sino que se pintaba el medio mismo. Se sentía como pintar un calcetín: el agua teñía las fibras y los colores se mezclaban perfectamente de manera natural y automática. Era como hacer trampa.
Haciendo pruebas para elegir mi medio ideal -hoy día uso género trevira, que tiene más tratamiento, más poliéster y es de un blanco más neutro- tuve innumerables accidentes que se tradujeron en manchas que no pasaban desapercibidas. Eran unas manchas preciosas pero imborrables, que me obligaban a hacerlas trabajar entre ellas, a través de capas y capas. Fui puliendo la técnica pintando gente apasionada, tema que que encontré que funcionaba bien con la intensidad del color que se puede lograr con este proceso. Esta técnica me permitió abusar del color y forzarlo en detalles como las arrugas y el iris de los ojos. Me di cuenta que el tema de la mancha de acuarela funcionaba como la metáfora perfecta para los errores que uno comete en la vida y que te obligan a repensar las cosas tomando en cuenta que lo hecho, hecho está.
Esa fue otra línea temática que nació espontáneamente y que se ha ido marcando clara y de manera inevadible desde el principio: la del error como estructura esencial de la imagen final. Investigando más me he ido dando cuenta que es un temazo: los japoneses lo han desarrollado a través del milenario Kintsugi, el arte de arreglar las fracturas de la cerámica con polvo de oro. La filosofía de este arte se basa en que los quiebres son parte de la historia de los objetos y deben mostrarse con orgullo en vez de esconderse. Esto se puede aplicar a todo! incluso a la arquitectura, al cine y obviamente, a la pintura.

En la inauguración en junio de mi primera exposición («Apasionados» en la Galería de Emergencia, que juntó siete retratos hechos con esta técnica) desarrollé el tema:
No hay un error en la vida que no te lleve a aprender algo valioso. Por consecuencia, los errores son valiosos y deben ser parte esencial de lo que se hace. Así es como aprendí a pintar con acuarela; aceptando que de ninguna manera podía predecir el caos con que el agua tiñe el dibujo y se escapa del pincel. Las manchas que quedan son imborrables y a la vez, preciosas, como un error. Si éste se adopta como parte de la pintura y se combina con otro "error", un poco más diluido, se le agrega un detalle con pigmentos concentrados y se lo hace trabajar y relacionarse con el entorno sin manchar, lo que puede quedar es un ojo que te mira de vuelta con la misma mirada viva con la que uno mira al pasado satisfecho porque las cosas funcionaron pese a que no todo en el camino salió perfecto.
Después del receso que significó la exposición en junio y un inspirador viaje en el que conocí la obra de Alberto Giacometti (dibujos y esculturas), volví a pintar pero probando una técnica diferente: esmalte negro chorreado sobre la trevira y posteriormente pintado con acuarela.
Me mantuve en el mundo de los retratos pero elegí abstraer la forma y despegarme de las facciones reales de mis retratados. Después de todo, el chorreo de esmalte no permite detalles y la obvia inexactitud del trazo obliga a que el color de la acuarela «corrija» la forma.

Los resultados de esta técnica me parecieron demasiado dinámicos como para retratos de este tipo así que busqué sujetos que me permitieran trabajar el tema del movimiento y el color: bailarinas!
Fue recién en este punto cuando me di cuenta que estaba trabajando el mismo tema de siempre: el error como estructura de la imagen final. Metafóricamente hablando, el esmalte funciona como un error evidenciado al máximo: bruto, imborrable e invasivo. En vez de negar las equivocaciones pasadas, es posible rescatar lo bueno tomando el error como elemento clave de la forma y trabajar sobre él con el color de las decisiones nuevas.
Así como la mancha sobre mancha de los retratos le daban el carácter colorido y dramático a los apasionados, es el esmalte imperfecto de la primera parte del proceso lo que deja que la acuarela encuentre a la bailarina entre tanto caos visual.
Ya llevo fascinado con las bailarinas un par de meses, y he ido probando distintas variaciones de color, forma y escala siempre manteniendo esta técnica que muestra bien el movimiento y aplicando la filosofía del error como estructura, pero todavía no me gustan tanto. Algo que quería hacer desde la primera bailarina era Giacomettizar la figura humana alargando las piernas y brazos, así como lo hace el escultor para darle incluso más movimiento. Es en esta etapa de Giacomettizaciones en la que me encuentro hoy:

«Hay que crear para ver»
"Si el pintor tiene que encontrar una morfología para todas las historias particulares de la materia (ranas, hojas de olivo, etc., 'momentos' de la materia en movimiento), debe mostrar además, igualmente, la materia en su dialéctica general, convirtiendo su obra en una cosmología personal"
buena
Muy interesante y entretenido a la vez Benja! Sigue sacandonos a pasear y mostrandonos tu recorrido!
Bonita forma en la que te encantaste con el arte, con los colores, con la vida! tu trabajos transmiten mucho y por sobre todo se nota como lo disfrutas!